Tras la industria del pelo, Turquía se está convirtiendo en una potencia de algo bastante más extremo: pagar por crecer
En un hotel a las afueras de Estambul, un hombre escucha la alarma de su teléfono y sonríe. Es la hora de girar la llave que separa las varillas metálicas incrustadas en sus fémures. El procedimiento parece sacado de una mazmorra medieval, pero para Frank —paciente de 38 años— significa acercarse, milímetro a milímetro, a su sueño: dejar de sentirse bajo. Según relató a The Guardian, cada giro le provoca un dolor intenso y, sin embargo, insiste en hacerlo más veces de lo recomendado para gana…